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Foto del escritorSilvia Felipe

Soy histérica (o del orgullo de pertenecer a la histeria de conversión)

Actualizado: 21 ene 2018


Soy histérica, mis queridos lectores. Lo digo con voz alta y clara, lo repito por doquier, y aunque en ocasiones algunos lo utilicen como un insulto, tras un tiempo de estar en análisis conozco al dedillo todas mis virtudes (que son más que muchas, por supuesto), y tengo casi controlado a ese (cada vez más) pequeño bicho que vive dentro de mí. Las cosas que más admiráis de mí, las cosas que os deslumbran son gracias a mi histeria: toda la fuerza, toda la pasión... Y aquello más insoportable y dañino, también, así que, como muchas veces le he dicho a mi analista: esto es lo que hay. Lo tomas o lo dejas.

 

Pero ahora en serio, ¿qué es ser histérica? Ser histérica es ser la perfección hecha mujer (u hombre, si es tu caso). Es ser deseada y odiada a partes iguales, venerada y envidiada por las mismas personas. Ser histérica es estar rodeada de gente, y al mismo tiempo, estar completamente sola. Es ser puro fuego por fuera, y quebradizo hielo por dentro. Ser histérica es poder ser cualquier cosa, cuando en realidad no te importa nada. Ser histérica es, en resumen, una eterna lucha de contrarios

 

Conocí las distintas estructuras de personalidad cuando fui prácticum en la clínica en la que ahora trabajo. Mi tutor (que luego fue mi analista) nos explicó las 3 estructuras básicas de personalidad (sana) que existen en psicoanálisis: las neurosis.Y dentro de ellas, conforme iba describiendo a la histeria de conversión, empecé a reconocerme como tal. Aunque cuando empezó a hablar de la parte más patológica activé mis resistencias por completo, finalmente acepté que era la única estructura con la que me identificaba. "Me da que soy histérica y fálica", dije con una sonrisa de suficiencia. Como si fuera necesario especificar...


Todas las cosas positivas fueron fáciles de reconocer, conforme mi tutor las citaba: la fuerza, la pasión, la seducción, la confianza en mí misma, el descaro... Un sinfín de cualidades relacionadas con mi exacerbada autoestima. Las demás cosas, sin embargo, fueron más difíciles de digerir: la falta de autocontrol, la tendencia a hacer daño al otro y a mí misma, los ataques de histeria... Me costó aceptar el pack completo, pero finalmente lo reconocí. Bienvenida al maravilloso mundo de las neurosis, Silvia.

 

La histeria de conversión pertenece al gran grupo de las histerias, junto con la histeria de angustia. En realidad, ambos tipos de histeria no son tan distintos entre sí, pero hay una clara diferencia respecto al posicionamiento que toman ambas respecto al falo y la castración. Las histéricas somos fálicas por derecho propio, nos lo hemos ganado a pulso con nuestro cacareo de "yo, siempre yo, más y mejor". Las histéricas somos siempre las reinas de la fiesta, las mejor maquilladas, las mejor vestidas, las más inteligentes, las más guerreras... Incluso para lo malo, también somos las que más. No importa qué cualidad sea, siempre lo daremos todo... Atraemos con nuestro brillo fálico a todos los castrados que ansían guarecerse bajo nuestra sombra, y sin los cuales no podríamos enaltecernos como lo hacemos.

 

Nuestro terreno, al igual que el de las histerias de angustia, es el terreno de los afectos. Somos verdaderas maestras en lo que se refiere al manejo de las emociones: una sonrisa inocente, una lágrima desgarradora... De hecho, sabemos manipular tan bien con nuestras emociones que, en ocasiones, perdemos el control. Y llegamos al punto en el que las emociones nos desbordan, y acabamos haciendo un alarde de eso que tanto tememos de nosotras mismas: el ataque de histeria. 

 

Pero, como he dicho, tenemos un sinfín de cosas envidiables: las histéricas movemos el mundo con nuestra fuerza, inundamos de carisma cualquier evento en el que sea necesario vender, convencer o conseguir algo, y siempre estamos dispuestas a enfrentar un nuevo reto, sobre todo cuando nadie más se ve capaz. Somos seductoras, vibrantes, y pasionales. El mundo necesita nuestra energía, y solemos estar rodeadas de gente que nos venera, por nuestra capacidad de superación, por la perfección que representamos.

 

Pero no es oro todo lo que reluce. Todo es mentira. Todo es una fachada. Todo es una enorme actuación, que no acaba nunca. No existe la perfección. Sólo hay un pánico atroz a hacerlo mal, a ser menos, a fallar, a no ser perfectas. Porque no ser perfectas supone el rechazo. Y con el rechazo, nos rompemos. Con el rechazo, llega el vacío. Y con el vacío, llega el inevitable descubrimiento de que somos faltantes (sí, nosotras también), y de que todo lo que nos hemos dedicado tan arduamente a construir, es falso. Todo lo que hacemos, todo lo que intentamos representar, todos nuestros esfuerzos son por una única razón: conseguir la mirada de un otro, y de esa manera mitigar de alguna forma ese molesto vacío que llevamos dentro cada uno de nosotros.

 

Todo el esfuerzo que hacemos, las sonrisas seductoras, las miradas de suficiencia, los alardeos de superioridad, tienen como único fin convencer al otro de que merecemos la pena. Sí, nosotras, las que servimos como parapeto a las fóbicas con todos sus miedos y sus carencias, necesitamos saber que esas fóbicas ven en nosotras algo bueno. Una personalidad abrumadora, un peinado bonito, un carácter fuerte, da igual. Necesitamos que vean algo en nosotras, lo que sea. Necesitamos que nos miren, necesitamos ser miradas. Como todas las estructuras, necesitamos al otro. Bajo todas nuestras capas de superficialidad y falsa seguridad, tan sólo hay una niña insegura más que no se cree del todo merecer estar en este mundo. Y todo lo que se ve por fuera, no es más que el intento aparatoso de demostrar lo contrario. Si te convenzo de que valgo la pena, si lo intento con todas mis fuerzas, si alcanzo la perfección, entonces, podré verme en tus ojos. Entonces, tú me reconocerás, y yo habré obtenido mi recompensa: reconocerme en ti.

 

Pero todo esto, mis queridos lectores, supone una gran presión. Intentar ser la mejor en todo, intentar estar siempre perfecta a los ojos de los demás, sin importar lo que pase, sin importar cómo te sientas, siempre ofreciendo esa imagen de perfección inmaculada e inmutable. Es demasiada presión que no podemos compartir con nadie, y que finalmente, acaba saliendo. Ya sea hacia nosotras mismas, o ya sea hacia la persona que tengamos delante, la presión ha de salir. Somos como bombas de relojería en una continua cuenta atrás, y cada vez que estallamos, volvemos a poner en marcha el reloj. Vivimos de explosión en explosión. 

 

Creo que somos, de las 3 estructuras, la más insegura en realidad. Hemos dedicado tanto tiempo y energía a intentar tapar nuestra inseguridad, que en el momento en que algo de ella se vislumbra, entramos en pánico. Y respondemos con el mejor arma que tenemos: la fuerza, la pasión, la acción, la agresión. El mecanismo de defensa que mejor manejamos es el de la proyección, y a veces ni tan siquiera es necesario llegar a esos extremos: tenemos a nuestra inseparable compañera la queja, que cumple una función vital en nuestra estructura. Pero, ¿qué ocurre si le quitas todos esos recursos a la histeria? ¿Qué ocurre si la enfrentas con la realidad, con su vacío, con su falta?

 

Bien, no es tarea fácil enfrentar a la histérica con su miedo más atroz. Y desde luego, tras haber pasado por un análisis, no puedo decir que fuera agradable.  Pero, aunque se lo pusiera realmente difícil a mi analista, hoy puedo decir que ha merecido la pena. He visto todo lo malo de mi estructura, he conocido todos los fantasmas que hablaban por mí, y me he enfrentado a aquello que más pánico me producía: mi falta. Hoy puedo decir que soy imperfecta, ¿y qué? Hoy puedo decir que todo es mentira, que todo es una gran actuación, pero por fin puedo elegir el papel que quiero interpretar. Y gracias a mi análisis, por fin puedo hacer de mí misma. No os equivoquéis, la presión no ha desaparecido completamente, pero ya no lo inunda todo como una presa estallando en todas direcciones. No soy perfecta, pero tengo mil cosas que me gustan de mí misma, y otras cuantas que me gustan menos. Por fin puedo reconocerme, como alguien imperfecta, sí, pero me reconozco. Y es una sensación... plácida. Y mientras sigo haciéndome a la idea de que yo (también) soy faltante, tengo a varias personas que me devuelven la mirada. Y, la verdad, me gusta lo que veo en ellas... ;)

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