En el último post os hablé de una de las mejores herramientas del psicoanálisis: la transferencia. Vimos en qué consiste, que puede ser de dos tipos, y de qué manera afecta a la relación terapéutica.
Una vez explicado el concepto (aunque haya sido de una manera muy sucinta), queda una puntualización por hacer, antes de entrar en materia con el "palabro" de hoy.
¿De qué manera se manejan ambos tipos de transferencia? Es decir, ¿es necesario explicarla siempre, o en algún caso puede obviarse? Pues bien, mientras que la transferencia positiva puede ser inofensiva, o como mucho algo intensa en ocasiones (como es el caso de la transferencia erótica), la transferencia negativa siempre se ha de explicar al paciente por los riesgos que puede conllevar para la terapia. La transferencia erótica suele ser bastante usual (y aquí puedo imaginarme alguna risita nerviosa), a veces es muy fugaz y no demasiado trascendente, y en los casos que se intensifica más, es bastante sencillo hablar con el paciente, explicarle la situación, y quitarle hierro al asunto a través del humor. Sin embargo, con la transferencia negativa, siempre es necesario explicar el porqué de esos sentimientos negativos hacia el terapeuta, en parte por la información que nos aporta sobre conflictos del paciente, y en parte por el bienestar del mismo, porque una transferencia negativa muy acusada, y a la que no se le ha dado un sentido, puede conducir al paciente a abandonar la terapia, confundido por los sentimientos que tiene.
Ahora bien, tenemos ciertas nociones sobre cómo manejar la transferencia del paciente, pero, ¿qué ocurre cuando esos sentimientos vienen de parte del terapeuta? A este fenómeno se le llama contratransferencia, y para ilustrarlo de una manera más sencilla, voy a recurrir de nuevo a esa magnífica serie que os recomiendo a todos: In treatment (para abrir boca, reproducid el primer video del post).
Analicemos el vídeo: estáis viendo una sesión de terapia un poco especial, puesto que el paciente es un psicoanalista que está en sesión con su supervisor, es decir, un analista que está siendo analizado. El analista ha decidido pedir la supervisión de su antigua psicoanalista porque en este momento de su vida siente que lo necesita, porque hay ciertos problemas en su matrimonio, porque en su vida profesional hay algunas cosas que le están sobrepasando, etcétera. Y aquí, mis queridos lectores, vamos a hacer la primera parada. Para que un analista pueda llamarse a sí mismo psicoanalista, ha de haber pasado por un análisis previo, es decir, haber sido psicoanalizado. Y el análisis al que se somete alguien que quiere ser psicoanalista es mucho más exhaustivo y complejo que al que se somete cualquier otro paciente. Por decirlo de manera sencilla, y sin entrar en detalles (porque ya vendrán futuros post con esta temática), mientras que en un análisis normal un paciente puede ser dado de alta sin haber destapado todos los secretos que guardaba "la caja negra" de su psique, en un análisis de alguien que va a ser psicoanalista TODO es analizado, descubierto, enfrentado y asumido. Porque la responsabilidad que va a tener esa persona sobre el bienestar de sus futuros pacientes, es demasiado grande como para tomársela a la ligera. Dicho esto, un psicoanalista, aún habiendo pasado por su análisis y habiendo destapado su caja de Pandora personal, puede volver a necesitar de una ayuda externa en algún momento de su vida. Porque, lamentablemente, el sufrimiento puede cruzarse varias veces en nuestro camino.
Explicado esto, sigamos con el video: el analista le está hablando a su supervisora de sus problemas matrimoniales, y en un lapsus realmente revelador, confunde el nombre de su mujer con el de Laura, la paciente que siente hacia él una intensa transferencia erótica. En un ejemplo de resistencia de manual, el analista evita tratar el tema de Laura y su supervisora le recrimina no tener claro cuál es su papel en las sesiones. Para los que no estéis muy familiarizados con la teoría psicoanalítica, es necesaria una puntualización: dentro del psicoanálisis, somos un poco raros, y le damos mucha importancia a estos equívocos cotidianos que tantas veces hemos presenciado con nuestros amigos, familia, e incluso con nosotros mismos. Con este lapsus aparentemente inofensivo, el analista ya está dando muestras de la contratransferencia que existe respecto a su paciente, por eso su supervisora insiste en tratar ese tema, porque intuye que ahí reside el conflicto. Veamos ahora este segundo vídeo, de unas sesiones posteriores del analista con su supervisora.
En este segundo video la contratransferencia se ha hecho evidente y el analista habla (casi) abiertamente de ello con su terapeuta.
Y aquí vemos un ejemplo de cuándo la contratransferencia puede llegar a ser peligrosa: las decisiones que está tomando el analista se están viendo afectadas por esos sentimientos que existen hacia la paciente, por lo que la terapeuta le recrimina que está buscando su propio bienestar, no el de Laura.
Parece que la contratransferencia es algo a lo que debemos temer, como el Coco de los psicoanalistas principiantes a los que los psicoanalistas ortodoxos asustan en su cama antes de ir a dormir (permitidme el símil gamberro). Sin embargo, no es todo tan sencillo. Los psicoanalistas llevan años peleándose y discutiendo intentando discernir si la contratransferencia juega en contra de la curación del paciente, o si por el contrario puede convertirse en una herramienta de utilidad. Yo, desde mi humilde posición, os recomiendo que tengáis algo en cuenta: SIEMPRE hay contratransferencia. Con todos vuestros pacientes, positiva o negativa, en ocasiones muy superficial, otras mucho más evidente. Pero de vosotros depende la forma en la que vais a afrontarla. La contratransferencia, del mismo modo que su compañera, habla de nuestros propios fantasmas y de lo que nuestro inconsciente tiene que decir respecto al paciente. A veces, eso que nos dice puede ser muy interesante y puede suponer un avance importante en la terapia del paciente. Otras veces, muchas menos si te has preocupado de terminar tu análisis como se debe, la contratransferencia puede ser demasiado intensa y entonces lo mejor es derivar a otro profesional de nuestra confianza, porque al fin y al cabo es nuestro deber proporcionarle eso a la persona que tenemos delante: ayuda, profesionalidad, pero sobre todo, honradez. Porque el buen analista es el que es consciente de todo aquello que hay en su caja de Pandora, y como el conocimiento es poder, una vez conoces tus propios fantasmas, es mucho más difícil permitir que mediaticen tus relaciones. Y más aún, si la relación es la que se da entre analista y paciente. Cuando entramos en nuestro despacho, nos sentamos en nuestro cómodo sillón de psicoanalista, y le pedimos a nuestro paciente que se tumbe en el famoso diván, en ese momento, los únicos fantasmas que podemos permitir son los que nos trae el paciente. Y como mucho, ya sacaremos los nuestros a pasear cuando termine la sesión y dejemos de ser un psicoanalista, para ser un cualquier otro...