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Foto del escritorSilvia Felipe

La Falta (o de la pasión neurótica)

Actualizado: 21 ene 2018


Este es el símbolo que llevo tatuado en mi muñeca desde hace varios años. Decidí hacérmelo tras varios meses de análisis (no sin antes consultarlo con mi analista), y de hecho él mismo me acompañó al tatuador el día de mi cumpleaños. Es un símbolo cargado de significado para mí, y es uno de los grandes conceptos que nos ha dado el psicoanálisis lacaniano: la falta.

 

En el último post vimos el estadio del espejo, lo que supone para la formación del yo del sujeto, y que depende del reconocimiento de un Otro, colocándonos en una posición de eterna búsqueda de ese otro que justifique nuestra existencia. Hoy, ya que tenemos los ladrillos básicos, vamos a explicar de forma un poco más compleja a qué se debe exactamente esa búsqueda, o esa pérdida, según como queramos verlo...

 

Como comentamos en la última entrada, cuando llegamos al mundo llegamos como un ente indiferenciado de nuestra madre, en un estado patológico que se denomina Yo Ideal, y que es necesario escindir para que el niño se desarrolle de forma óptima. Y toda escisión de algo que antes fue uno, conlleva una ausencia...

 

¿Qué es la falta? La falta es una ausencia. La falta es ese vacío que se produce en nosotros al comienzo de nuestra existencia, y que nos permite vivir en el imaginario, en el mundo en el que nos movemos, en el mundo en el que existen los otros. La falta es ese recuerdo que nos queda de que en un momento anterior fuimos uno con nuestra madre, pero un agente externo vino a separarnos, regalándonos de ese modo un lugar en la existencia. La falta es constitutiva del sujeto. La falta es lo que nos hace humanos. Todos somos faltantes, todos tenemos ese vacío, y aunque por nuestras diferentes estructuras tengamos diferentes formas de mostrarla (o de intentar esconderla), la falta es lo que ha hecho surgir algo común en todos nosotros: el deseo.

 

El deseo mueve montañas, dijo alguien una vez... Y también miedos, angustia, culpa... Nos pasamos la vida deseando, en ocasiones deseando bien, la mayor parte del tiempo, deseando mal... Y en algunos extraños momentos, vislumbramos que puede que no tengamos ni la más remota idea de qué es aquello que deseamos en realidad. Los libros de autoayuda y algunas páginas de facebook están llenas de manidas frases que nos enseñan que la felicidad, más que un fin en sí, es un proceso, una búsqueda de algo. La falta es el motor que permite que nuestra energía libidinal esté en continuo movimiento, siempre buscando, siempre deseando, siempre queriendo más...

 

Y la falta es castración. La ausencia de falo, en términos psicoanalíticos. ¿Y qué es el falo?, se preguntarán algunos llevándose, indignados, sus manos a la cabeza. El falo es poder. Dinero. El último descapotable de esa marca italiana que te gusta tanto. El doctorado en psicología. Una casa en las afueras. Un puesto de directivo en una gran empresa. Un hijo. El falo es aquello que yo tengo, y tú no. O, si eres fóbico, aquello que tú tienes, pero yo no. O, si eres obsesivo, aquello que te causa tanto revuelo, pero que no me importa demasiado... El falo es un significante simbólico. Da igual cómo lo simbolicemos, da igual qué forma queramos darle. El falo es la moneda de cambio en nuestro mundo, y la posición que tomamos respecto a él define nuestra estructura, nuestra forma de movernos por el mundo, nuestros miedos, nuestra identidad. Y como en el psicoanálisis todo es un juego de equilibrios, sin falo no habría falta, y sin falta no existiría el falo.

 

Pero aquí viene el más difícil todavía, queridos lectores, y así como antes he dicho que todos somos faltantes, el falo es una enorme mentira. No existe el falo como tal, más allá de lo que supone a un nivel simbólico. No vamos a encontrar nunca el falo en nosotros mismos, por mucho que nos lo creamos, ni tampoco en un otro, por mucho que nos lo descreamos. El falo es mentira, como he dicho, pero es la mentira más articulante que conozco. El falo genera angustia, genera patología, genera demandas de análisis, genera peleas en el trabajo, en la familia, en la pareja... El falo articula, y por lo tanto, es necesario. Cada cual ya decidiremos (a un nivel inconsciente) qué mentira nos queremos creer: el ser fálico y caminar por el mundo como si nos perteneciera, o el ser castrado, y caminar por el mundo como si tuviéramos que cedérselo a otros. 

 

La razón de tatuarme en mi muñeca el símbolo de la castración, es decir, la falta, es más sencilla de lo que parece. Como ya he repetido en varias ocasiones, mi estructura es la fóbica, con todo lo que ello supone. Los fóbicos vamos por el mundo pidiendo perdón, intentando no ocupar demasiado espacio, intentado no volver a hacerlo mal... Y con nuestro cacareo de carencias, baja autoestima e indefensión, somos una de las estructuras más omnipotentes y egocéntricas que hay. Los fóbicos nos queremos mal, pero lo hemos dominado hasta tal punto, que hemos hecho de nuestra castración un falo. En nuestra falta está nuestro poder, y mientras otras estructuras alardean de confianza y fuerza, nosotros demostramos una invulnerabilidad que en ocasiones molesta...

 

Pero cuidado, porque a esto sólo se llega cuando has pasado por un análisis lo suficientemente completo como para darte cuenta de tus fantasmas, tus complejos y tu verdadero yo. Antes de entrar en análisis, yo me movía por el mundo poniéndole en bandeja a cualquier otro el que pudiera castrarme, el que pudiera hacerme de menos, el que pudiera recordarme mi falta en ámbitos como el trabajo, la pareja, etcétera. Y aunque mi yo consciente lo vivía muy mal, y sufría por ello, mi yo inconsciente obtenía un enorme beneficio secundario, porque al fin y al cabo, ese tipo de relaciones alimentaban mi fantasma de fóbica castrada.  Tras unos meses en análisis, tras ver lo que hay detrás de la cortina que tanto me había esforzado en ponerme a mí misma, tras darme cuenta del beneficio secundario de mi actitud, decidí tatuarme la falta por dos razones principales: una es que al llevar la falta tatuada en mi piel de forma imaginaria, los demás ya no podían recordarme la falta de forma simbólica. Ya no hay necesidad de pedirle a otros que me castren, porque ya estoy castrada, y no han sido ellos la razón de mi falta. Y dos, como fóbica que ha pasado por su análisis, mi falta tatuada me recuerda toda la fuerza que a veces me empeño en no querer reconocer, todas las ganancias que tengo frente a otras estructuras, precisamente por ser fóbica. Mi falta tatuada me ayuda a recordarme que no debo odiar mi estructura, ni siquiera en mis momentos malos, ni siquiera cuando alguno de mis molestos fantasmas habla por mí.

 

Para mí, la falta es vida. No puedo sentirme más orgullosa cada vez que la veo en mi muñeca, por lo que a un nivel simbólico significa, por todo lo que ha supuesto para mí el proceso de mi análisis, por haber conocido esta corriente que adoro y de la que os hablo en cada post. Y el hecho de saber que siempre va a existir este vacío, que siempre seré faltante, que siempre estaré en una incesante búsqueda de un objeto de deseo... al contrario de lo que cabría esperar, no ha hecho sino crearme más ganas por seguir buscando, por seguir moviéndome, por seguir deseando. La falta no se puede obturar, y siempre seremos faltantes, pero eso no va a impedir que sigamos buscando e intentando encontrar esa satisfacción imposible de alcanzar. En nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra pareja... ¿Qué importa que sólo sea una mentira? Puestos a elegir, yo prefiero quedarme con una que me permita disfrutar de este camino con pasión, aunque sea neurótica...

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