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Foto del escritorSilvia Felipe

La condena de la repetición (o del reino de los fantasmas)

Actualizado: 21 ene 2018


Como una pescadilla que se muerde la cola... Como Sísifo subiendo una y otra vez la ladera de la montaña... Como tropezar mil veces con la misma piedra... La repetición puede llegar a ser una condena en nuestras vidas. Repetir el mismo tipo de relaciones nocivas, repetir los mismos errores una y otra vez... Algunas veces llegan a hacerse tan evidentes que incluso somos capaces de reconocerlos en voz alta. Otras, permanecen agazapados en nuestra psique, condenando nuestras vidas a una sensación de déjà vu eterna.

 

Son muchos los casos de pacientes que llegan a terapia con una demanda clara: "me he dado cuenta de que me he pasado la vida haciendo lo mismo: saliendo con chicos difíciles que sólo me hacían daño, enemistándome con amigas en las que había depositado una confianza ciega, buscando la confrontación con mi madre... Por favor, dime por qué lo hago. Por favor, ayúdame a parar".

 

¿De dónde vienen todas estas repeticiones en nuestras relaciones, en nuestra forma de hacer las cosas? ¿Por qué tendemos a encariñarnos con la piedra, aún sabiendo que sólo nos va a hacer daño? ¿Por qué, aún llegando a cierto autoconocimiento de que lo estamos haciendo, seguimos repitiéndolo? En la teoría psicoanalítica encontramos la respuesta a todas estas preguntas: el fantasma.

 

Los fantasmas son atribuciones, creencias, valores y asunciones que llevamos a modo de esquemas mentales, grabados en nuestra psique. Pueden ser conscientes o inconscientes, y la mayoría provienen de nuestra infancia, de los primeros años de nuestra vida en los que éramos maleables a cualquier mirada o palabra de nuestro entorno. 

 

Un fantasma puede expresarse mediante una frase: las mujeres han de ser buenas cocineras. Veámoslo con un ejemplo: un varón cuya madre había sido ama de casa, afable y solícita, y que inculcó (sin quererlo) la idea en su hijo de que la mujer ideal, la que merece la pena, ha de saber cocinar tan bien como ella misma. Cuando este varón alcance la adultez y empiece la búsqueda de una pareja, se sentirá (probablemente) más atraído por aquellas que entre sus virtudes cuenten con la de saber cocinar. Otro ejemplo, menos evidente, pero de la misma temática: una niña que admira a su idolatrado padre, mientras este fuma tranquilamente un habano. Es probable que esta niña, cuando sea mujer, sienta mayor atracción por hombres que fuman, porque en su psique existe esa relación entre el tabaco y el primer hombre al que amó incondicionalmente.

 

Todos estos ejemplos muestran fantasmas bastante inocentes e inofensivos, pero los que acaban entorpeciendo nuestro equilibrio psíquico suelen ser fantasmas más nocivos y mucho más soterrados. Tomemos de nuevo el ejemplo de una mujer que siempre acaba teniendo relaciones tormentosas con hombres difíciles. Cada vez que conoce a un hombre con problemas para el compromiso, parece que una luz se encienda en su cabeza, y la fuerza de la atracción irrumpe con tanto ímpetu, que la lógica se apaga. Amor a primera vista, lo describe ella. Y de nuevo, el mismo final para una historia varias veces contada: ella que se entrega, él con muchas reservas, ella demandando amor, él poniendo espacio, ella exigiendo más, él mirando en otra dirección. Y todas y cada una de las veces, la misma promesa al final: nunca más volveré a una relación así. Y de nuevo, vuelta a empezar. El fantasma aquí está mucho más soterrado, y es necesario trabajar y escarbar para retirar todas las capas que están tapando dicho fantasma: no lo merezco. No merezco un hombre bueno, no merezco que alguien me quiera, no merezco ser feliz. Este tipo de fantasmas son los que hacen que nuestra vida esté llena de repeticiones sin sentido y nocivas para nosotros mismos. Pero cuidado, para este ejemplo puede haber muchos otros fantasmas actuando que nada tengan que ver con el citado. Pero, lamentablemente, y sobre todo en población fóbica, este es uno de los más repetidos.

 

Todas nuestras relaciones con los otros, todas sin excepción, están mediatizadas por fantasmas. Si me caes bien, porque me caes muy bien. Si no te soporto lo más mínimo, porque no te soporto. Nuestras relaciones hablan de nuestros fantasmas: nuestros amigos son personas que alimentan nuestro fantasma: soy extrovertida, divertida, y confiable. Y mis amigos alimentan esa idea de mí misma, por eso son mis amigos. Del mismo modo ocurre con nuestros enemigos: no nos sentimos cómodos con ellos porque alimentan fantasmas negativos de nosotros mismos. Por eso, desde el psicoanálisis se dice que si alguien te transmite malas vibraciones desde el primer día, acércate a él y averigua la razón. Y probablemente hallarás algo de ti mismo que no te guste demasiado.

 

Cuando tenemos una relación con un otro, nuestros fantasmas bailan con los suyos. Mi fantasma de "no me merezco un hombre bueno" baila con el fantasma de "ninguna mujer es de fiar" que tiene mi pareja, etcétera. Y de ahí surgen la relaciones que aparentemente, nada tienen en común, pero que pueden durar incluso años.

 

En una terapia psicoanalítica vas quitando capas y capas de discurso consciente hasta llegar a los fantasmas más antiguos, más arraigados, los constituyentes de tu yo. Y el hecho de conocerlos no significa que puedas destruirlos; algunos seguramente sí, pero quedarán otros, aquellos que forman parte de tu ser, que llevarás siempre contigo. El truco está en conocerlos, saber que están ahí y poder identificarlos cada vez que aparezcan, para evitar que mediaticen tus relaciones con el otro. No es para nada una tarea fácil, pero con paciencia, y sobre todo, con un gran capacidad de perdonarse a uno mismo, llegas a una especie de tregua con ellos, y por fin comienzas a sentir cierto control en tu vida.

 

En última instancia (y aquí me voy a poner un poquito más teórica, si me lo permitís) el fantasma esconde una sola cosa: el deseo del otro. O lo que nosotros pensamos que el otro desea de nosotros. Los fantasmas nos marcan el camino para intentar convertirnos en el objeto de deseo del otro. Intentar, reitero, porque afortunadamente tal empresa es imposible de lograr: afortunadamente, somos faltantes, y nunca conseguiremos llenar nuestro vacío convirtiéndonos en eso que desea el otro. Afortunadamente, repito, pero de ilusión también se vive, y a veces la piedra puede parecer realmente atractiva como para intentarlo...

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