"¿Psicoanálisis? ¿En serio?". Ésta es una de las frases que más suelo escuchar cuando explico a lo que me dedico. Normalmente, suele ir acompañada por una mirada inquisitiva de incredulidad, a veces de desprecio, otras incluso de temor. Aunque mi interlocutor sea alguien profano en cuanto a lo que psicología se refiere, suele tener una opinión formada sobre esta corriente, y suelen ser más las veces que dicha opinión es abiertamente negativa...
¿Quién, en su sano juicio, elegiría una corriente psicológica tan denostada en esta ciudad? ¿Quién elegiría entregarse, en cuerpo y alma, a un tipo de psicoterapia sin aparente validez científica? Pues bien, queridos lectores, en este punto he de decir que, realmente, no tuve elección.
Aquellos que me conocéis de hace tiempo, sabéis que no hace tantos años, mi carrera estaba enfocada en una dirección muy distinta. Me dedicaba por completo a la investigación, colaboraba con uno de los departamentos de la facultad, y disfrutaba haciendo mi trabajo. Creía firmemente que todo lo que hacía era de gran utilidad, me henchía de orgullo pensando en que mi trabajo estaba sustentado por el método científico, como mandan los cánones. Y por supuesto, miraba con condescendencia a todos los seguidores de esa corriente sectaria. Hasta que conocí personalmente a dos de ellos...
La casualidad -o no- quiso que mis prácticas de licenciatura fueran en una clínica psicoanalítica. El día que leí la asignación de plazas, lloré de decepción. Mi cerebro científico aceptó la frustración como mejor supo, y se dirigió con desdén al despacho del tutor. Desde el primer minuto, dejé clara cuál era mi posición: "trabajo en investigación y soy cognitivo-conductual". Mi tutor me sonrió y me permitió creerme mi propia mentira. A partir de ese momento, comenzó una lucha constante entre mis antiguas creencias y una nueva visión del mundo por descubrir. Cada día intentaba poner en jaque aquello que se me ofrecía, aquello que se me enseñaba. Y cada día descubría que mis creencias no eran tan fuertes como pensaba, porque cayeron como un castillo de naipes en cuestión de meses. Algo se rompió. Todo cambió. El método científico no fue suficiente. La validez empírica no pudo contra el psicoanálisis. Y dejé el mundo de la investigación para dedicarme por entero a la terapia psicoanalítica.
A día de hoy, y a pocos días de mi cumpleaños, echo la vista atrás y lo único que siento es agradecimiento. Un agradecimiento auténtico, sin pretensiones, embriagador y contagioso. Agradecimiento por esos momentos tan grandes que he vivido gracias a mi terapia, y también por esos tan difíciles en los que creí que tiraba la toalla. Porque ahora estoy aquí, al fin puedo verme, y me gusta lo que veo. Podría intentar hacer mil metáforas sensibleras, pero prefiero intentar resumir con una frase lo que esta terapia ha supuesto para mí. Sin el psicoanálisis, yo nunca hubiese sido yo. Aquellos que hayan pasado por un proceso terapéutico lo entenderán. Aquellos que no, puede que lo intuyan.
Con este post, he intentado ofrecer una visión muy personal sobre lo que es el psicoanálisis. A nivel personal y profesional. Como paciente y como psicoterapeuta analítica. No a todo el mundo le funcionará. Yo no apostaba por ello. Pero me alegro de haberme arriesgado.
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